BUENOS AIRES.- La reciente Convención del radicalismo que se celebró en Gualeguaychú, y que aprobó la alianza electoral con el PRO, hizo emerger a la superficie una serie de submarinos. Son los radicales “K”, es decir aquellos políticos de origen radical que han sido abducidos por el discurso kirchnerista. Expresan, sin ambages, la cultura populista que en la Argentina se expande más allá de las fronteras del peronismo y permeó también en una franja de la UCR.
Al término de la Convención, disconformes con los resultados, se pasearon por todos los canales de televisión figuras mediáticas como Nito Artaza, Leandro Santoro y Leopoldo Moreau. Al escuchar las críticas a la nueva alianza, los televidentes tenían la impresión que hablaban kirchneristas de pura cepa: “se ha producido la confluencia con la derecha”; “se han arriado las banderas nacionales y populares”; “estamos ante una alianza con las corporaciones y los grupos de poder concentrados”, decían.
Son frases y eslóganes que el kirchnerismo ha venido repitiendo diariamente y que forman parte de la esencia del discurso populista, que instala el meta-relato de una sociedad dividida en dos campos opuestos, en donde se enfrentan el pueblo y el antipueblo. No es más que una presentación diferente del viejo discurso maniqueo, de matriz religiosa, que enfrenta a pobres y ricos, explotados y explotadores, nacionalistas y cipayos.
En este discurso cínico, el pueblo -y quienes dicen representarlo- encarnan, por definición, las virtudes más sublimes, de modo que luego se puede esquilmar el patrimonio público para adquirir joyas y hoteles, ya que al pertenecer al bando bueno de la sociedad la salvación moral está garantizada.
El representante más significativo de esta corriente es Moreau, frustrado candidato presidencial de la UCR, al haber obtenido en 2003 el 2,34% de los votos. Ha recibido del kirchnerismo, como un premio consuelo, su incorporación a la Afsca, donde en tándem con Martín Sabbatella se dedicó a hostigar al diario “Clarín”. El uso faccioso y partidista de un organismo público regulador, no parece inquietar a este radical enredado con las banderas populistas. El uso de la Afsca para ubicar a los militantes de Nuevo Encuentro, el partido de Sabbatella -una suerte de PC maquillado- es algo conocido. También la expansión innecesaria de su estructura federal como modo de justificar la asignación de puestos públicos a sus militantes.
La guerra discursiva que radicales “K” y kirchneristas puros libran contra la “derecha conservadora” es un recurso retórico que busca deslegitimar al adversario político, pero que ya no cala en una sociedad cansada de escuchar la misma letanía desde hace 12 años. Las personas de convicciones democráticas juzgan a los dirigentes de los gobiernos por sus realizaciones concretas y, en ocasiones, también por su conducta moral.
La usurpación del ideario de una izquierda falsamente progresista se ha revelado máscara de encubrimiento de hipocresías donde se proclaman ideales emancipatorios y en la práctica se cultiva el más crudo culto al dinero. De igual modo, la corriente populista de la UCR se cubrió en ocasiones con el manto de la socialdemocracia. Pero ese fue otro equívoco por la inexperiencia democrática argentina. La socialdemocracia europea jamás fue populista, dado que el populismo en Europa habita en partidos xenófobos de extrema derecha.
La ventaja inopinada que prestan estos radicales desnortados a la democracia argentina es elevada. Su irrupción permite dejar atrás la anacrónica división entre peronismo y antiperonismo. La presencia de radicales en las filas del populismo autoritario se produce al mismo tiempo que muchos peronistas auténticos toman distancias del populismo “K”. En Río Negro, por ejemplo, antikirchneristas votarán al senador Pichetto, candidato a gobernador del peronismo, al considerarlo una suerte de Scioli provincial.